Hablar de libros, de bibliotecas, de fomento de la lectura, de literatura en general y de literatura infantil y juvenil en particular, es hablar de una parte importantísima de mi vida y de mis convicciones. Las bibliotecas siempre han sido para mí lugares muy queridos que sigo frecuentando con fervor y curiosidad como cuando pisé por primera vez uno de esos maravillosos espacios que albergan la memoria de la humanidad. Una vez me preguntaron si era intencional que en mis cuentos para niños y jóvenes estuvieran presentes los libros y las bibliotecas, y con absoluta sinceridad respondí que no; que estaban presentes porque para mí forman parte del paisaje cotidiano y por tanto me parece tan normal que haya libros como camas, mesas y sillas. Solo uno de mis cuentos, el titulado “El niño que comía palabras” surgió a partir de una reflexión sobre la lectura y en ese caso la reflexión giraba en torno a cómo devolver a la lectura todo su poder. Imaginé en clave de humor a un niño que consideraba los libros no como ventanas abiertas a infinitas posibilidades, sino como muros tras los cuales alejarse de la realidad.
Cuando me he encontrado con niños que utilizaban la lectura para alejarse de la vida, he seguido un consejo que recibí cuando era muy joven y que dio buenos resultados: los induje a profundizar en lo que habían leído; de esa forma se les facilita la asimilación vital. La evasión es una de las funciones de la lectura recreativa pero queda claro que no es la única. Quienes fomentamos la lectura queremos hacer lectores críticos, reflexivos, permanentes y no esporádicos. Para ganar lectores desde la infancia es fundamental que la lectura sea placentera y despierte el espíritu lúdico, pero no hay que hacer una ecuación en la que placer y ludismo signifique ausencia de esfuerzo o banalización. El acto creativo conjuga placer, perseverancia, esfuerzo sostenido. El juego inventivo implica un trabajo en el que se pone en movimiento los resortes del homo ludens. La letra no entra con sangre pero tampoco con planteamientos simplistas. El auténtico poder de leer tiene que ver con un diálogo creativo y sensible, un encuentro en el cual escuchamos y nos escuchamos, crecemos con las múltiples perspectivas que hallamos en distintos libros, recreamos lo escrito y creamos con ello.
Con la lectura ganamos en comprensión y en libertad. Es un acto de justicia social hacer partícipes de las ventajas que ofrece la lectura a quienes por distintas circunstancias no se han convertido en lectores. Los planes de fomento de la lectura y las orientaciones educativas-culturales que potencien el acercamiento de los libros a los niños y jóvenes, lo mismo que al gran público sin distinción de edades merecen apoyo, participación y colaboración. Estoy convencida de que, como decía Pedro Salinas, “la letra con letra entra”. El libro tiene que formar parte del paisaje cotidiano del niño. Si no ha nacido en una casa con libros debe encontrarlos en la escuela, en la biblioteca pública, en la biblioteca escolar, de aula, deben estar al alcance de sus manos. Junto a los libros es fundamental la presencia de un mediador responsable. Tanto la actitud autoritaria, impositiva como la propia del “laissez faire” han sido contraproducentes para la formación de un lector maduro, permanente. Hay quienes, después de haber finalizado la etapa de escolarización no cogen nunca un libro o son lectores ocasionales que no conocen el auténtico poder de la lectura, ese que nos permite entrar en diálogo con los otros y con nosotros mismos, que despierta nuestra sensibilidad e inteligencia, que nos acostumbra a miradas distintas a la nuestra e incluso a descubrir nuestras verdaderas opiniones e ideas en medio de tanto ruido exterior e interior. La lectura nos forma como personas, propicia un claro discernimiento entre la moral y la moralina, nos ayuda a leer mejor lo que nos rodea, nos acostumbra a dirimir las opiniones diferentes fuera del espacio del ring, nos habitúa a la discusión constructiva. La consigna a seguir es: leer, leer, leer. Incluso en libros no destacables siempre se puede encontrar algo valioso.
La familia y la escuela desempeñan un papel fundamental para promover el interés y el amor por el libro. El ejemplo es el mejor motor para producir ese interés. No el ejemplo de unos padres distantes a quienes les estorba que el niño interrumpa su lectura, sino el de unos padres que comparten libros con los hijos. Los padres que cuentan y leen cuentos a sus hijos cuando son pequeños hacen posible que los niños asocien el libro con atención, interés, en definitiva, con afecto. Son muchos los escritores que han contado anécdotas en las que queda demostrado cómo su interés por la lectura se fraguó en la infancia a través de su familia. El premio Nobel japonés Kenzaburo Oé contó en su último viaje a España que en la época difícil de la posguerra su madre hacía trueques dando arroz a cambio de libros y así enriqueció su niñez y su imaginación con lecturas de libros como “Las aventuras de Huckelberry Finn” o “El maravilloso viaje de Nils Holguersenn” entre otros. Pero, no todas las familias propician la lectura, por eso es obligación de los poderes públicos poner al alcance de los niños libros y además de libros, mediadores que los acompañen en una tarea en la que se conjuga inteligencia y afecto, placer y esfuerzo. No se puede desear lo que se desconoce. De ahí la importancia de planes dirigidos a los que tienen más dificultades para acceder a la lectura. La oferta de libros infantiles y juveniles es muy rica y variada para las diferentes etapas evolutivas de la infancia y adolescencia. Hoy, el que fomenta la lectura entre niños y jóvenes debe conocer la literatura infantil y juvenil actual y por supuesto tener sensibilidad, conocimientos psicológicos o intuición para saber qué libro o qué estrategia es la más adecuada para los lectores remisos. Convertir a un no lector en lector requiere también todo nuestro entusiasmo y paciencia. A veces el adulto llevado por su buena intención de que lean libros de calidad rechaza una elección hecha por el niño. Eso tiene efectos contraproducentes. Lo importante es que empiece a leer y que lo ayudemos a sacar el máximo provecho de la lectura.
También hay que crear afición a la literatura. A través de los textos literarios conocemos lo que está fuera y lo que está dentro de nosotros, lo lejano y lo cercano, lo visible y lo invisible. Aprendemos a amar las paradojas y a desconfiar del pensamiento único. Nos volvemos más tolerantes porque comprendemos que la diferencia, lejos de perjudicarnos, nos enriquece. La literatura nos enseña a mirar en el interior del hombre. Propicia la introspección. A través de ella y con sus personajes, podemos recorrer caminos extraños, vivir aventuras imposibles, compartir el dolor de los humillados y ofendidos, penetrar en suntuosos palacios, viajar al interior de la tierra y al interior del hombre, conocer sus deseos inconfesables. Kant decía que la libertad es la razón de ser de la moral por eso la literatura es moral. Los que estamos dedicados a tareas educativas y culturales tenemos que fomentar la lectura de libros que abran puertas a la vida, en los que se hable de lo bueno y de lo malo que pasa fuera y dentro de nosotros, de las conductas observables y del mundo de emociones, deseos, pensamientos que discurren en el interior de los seres humanos, de la realidad tangible e intangible, libros en los que se encuentren gentes de distintas razas, credos e ideologías, libros que dejen entrar en sus páginas la corriente de la vida con toda su luz y su oscuridad. Libros que hablen de la complejidad de lo real, también de las partes destructivas de las personas. Los psicólogos han demostrado lo positivo que es para un niño conocer personajes de ficción que cometan las mismas “maldades” que ellos porque eso los libera de la angustia y les hace comprender emocionalmente lo que les pasa. Silenciar el lado oscuro que llevamos dentro puede llevar a lo contrario de lo que se pretende: a estallidos de violencia. Quizás haya que hablar de lo malo como lo hace Iván Illich de León Tolstoi para acceder a lo bueno, para que nos invada la comprensión y la piedad.
No pocas veces en los medios de comunicación hay una ficcionalización de la realidad y la vida se convierte en un espectáculo. Paradójicamente la ficción literaria encierra grandes verdades. La literatura acostumbra a buscar lo que subyace debajo de las apariencias. Los variados recursos de la lengua poética educan en el desentrañamiento del sentido. En los textos literarios aprendemos que la mayoría de las veces lo que parece ser una cosa resulta ser otra. En las novelas cuaja y se desarrolla plenamente el imaginario, que es fundamental para la transformación del mundo. El espacio novelesco es una escuela de aprendizaje democrático, en él transitan personajes de distintas razas, credos e ideologías. La literatura aporta sabiduría, que es una forma de saber que se sabe muy poco y aleja de nosotros cualquier soberbia dogmática. Pero para que se produzca la necesidad de leer obras literarias, previamente hay que enseñar a leer y otorgar el poder de leer, que significa mucho más que un mero desciframiento. Extender el privilegio de leer activamente, críticamente es una obligación de todos los que conocemos ese privilegio. Bienvenidas las bibliotecas públicas, de aula, escolares, bienvenidas las acciones que pongan libros al alcance de todos. La consigna es: leer, leer, leer. ¿Para qué? Para mejorar en humanidad. |