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  NÚMERO 8
 

ROALD DAHL, un provocador lleno de ternura.

ANA NEBREDA DOMÍNGUEZ.
C.P. "GABRIEL Y GALÁN"de Cñáceres

 

Si te presentaran a Roald Dahl y le tendieses la mano, seguro que tendrías que empinarte y mirar hacia arriba, porque era realmente un tipo enorme. Ya lo fueron su padre y su querido abuelo, que medía 2 metros.

Como maravillosamente aprendimos con el Principito, lo importante está en el interior... incluso Dahl nos alerta ante la apariencia externa de quien nos rodea, como en “Las Brujas”, cuando en el inicio del libro nos ayuda a reconocer a estas malvadas señoras alérgicas a los niños. Y va más allá en uno de los capítulos más emocionantes del libro, en el que termina con estas frases entre abuela y nieto:

“ - Cariño- dijo ella, al fin- ¿estás seguro de que no te importa ser un ratón el resto de tu vida?
- No, no me importa en absoluto -dije- da igual quién seas o qué aspecto tengas mientras que alguien te quiera.”

En fin, que Roald Dahl era grande por fuera, pero no te confundas, realmente era un gigante por dentro. Llevaba toda su infancia dentro de él y esto, si realmente no has olvidado casi nada, puede llegar a ocupar muchísimo.


“Por otra parte, durante mis días mozos en la escuela y nada más salir de ella me sucedieron unas cuantas cosas que jamás he olvidado. Ninguna de estas cosas es importante pero todas causaron en mí una impresión tan viva, que ya nunca he sido capaz de quitármelas de la cabeza.”

Así lo cuenta en Boy, un libro maravilloso que nos acerca a su vida y a las emociones más auténticas de la infancia y la juventud. Una recomendable primera lectura para los adultos que aún no le conocen bien.

Nunca olvidó lo que siempre inquieta a un niño y las cosas que le gustan de verdad: escondrijos donde guardar pequeños tesoros como huevos de pájaro, las confiterías y el chocolate, la admiración por los chicos mayores, las leyendas sobre los posibles ingredientes de las chucherías procedentes de ratas, el cariño libertario de los abuelos, ser popular entre los compañeros...

Vivió 74 años en pleno siglo XX (1.916-1.999) y los vivió con intensidad. Su primera infancia transcurre en Gales, donde nació. Cuando sólo tenía 3 años, muere su hermana mayor y al mes también muere su padre de una pulmonía y de una gran tristeza por la pérdida de su hija. Su madre, mujer de gran coraje, sigue adelante con 6 hijos: dos de la esposa anterior de su marido, 3 hijos propios y embarazada de 7 meses.

Desde los primeros días en la escuela de Llandaff, hasta los internados en Inglaterra, Dahl vive una enseñanza escolar sometida a una disciplina muy rígida y en la que los castigos corporales no son una broma. El temor, la incomprensión y la incertidumbre en la relación con los adultos era lo habitual y ya de pequeño pensaba que había un “complot de los mayores para que nos estemos quietos”, por lo que llega a la conclusión de que irremediablemente “una persona mayor es una persona mayor y da igual si tiene 28 o 68 años”. Sin embargo, las relaciones con sus iguales eran reconfortantes, llenas de complicidad en las aventuras, de lealtades en los peligros, de conversaciones sinceras y de grupos amigos.

Los padres de Roald Dahl eran de origen noruego y allí veraneaban todos los años. Roald adoraba a sus abuelos (“bestemama y bestepapa”). Ir a Noruega era como estar en casa, era el encuentro continuo con sus hermanos y su madre después de las soledades afectivas en el internado, la libertad con todos sus riesgos cuando pasaban los días en las islas, sentirse mayor con su abuelo cuando con 10 años le daba “skaal” (y eso tenía unos cuantos grados de alcohol), era sentirse querido cada momento...

Estos dos mundos tan diferentes, escuela y familia, Inglaterra y Noruega, niños y adultos, impregnan el perfil de sus personajes.

Por eso los adultos de sus historias casi siempre quedan en ridículo, pues les gusta vivir con reglas muy estrictas y no se libran de una crítica tremenda y una buena dosis de ironía. Adultos mediocres o empavonados para los que los niños siempre son una molestia, adultos tediosos e incoloros persistentes en sus erróneas convicciones, e incluso adultos capaces de comer niños.

“Empezó a trepar por la escalera.
- ¡El pastel de niño puede ser mejor que el pastel de pájaros!- continuó, sonriendo horriblemente-. ¡Más carne y no tantos huesecillos!
Los chicos estaban aterrorizados.
- ¡ Va a cocernos!- gritó uno de ellos.
- ¡Nos guisará vivos!- lloriqueó el segundo.
- ¡Nos cocinará con zanahorias!- gritó el tercero.
Pero el cuarto, que era más listo que los otros, susurró:
- Escuchad, acabo de tener una idea. Estamos pegados sólo por el trasero de los pantalones. !Rápido! Desabrochaos los pantalones, quitároslos y saltad al suelo.
El señor Cretino acababa de subir a la escalera e iba a echar mano al chico más próximo cuando de repente todos se tiraron del árbol y echaron a correr a casa con sus culos desnudos reluciendo al sol”.

Sin embargo, no todos los adultos de sus libros responden a este patrón. También hay mayores cariñosos, divertidos, con imaginación, que confían en las posibilidades de los niños, que viven deliciosas historias de amor y que aman a su familia...

“ La señora zorra se sentía muy orgullosa de su marido: “Niños, quiero que sepáis que si no llega a ser por vuestro padre, esto no lo contamos... Ahora sabéis por qué le llaman don Super-zorro.”
Don Zorro miraba a su esposa con una gran sonrisa. Porque cada vez que su mujer le decía estas cosas a él se le caía la baba”.

En definitiva, Roald Dahl hace una defensa clara de aquellos que, con todos sus defectos, son valientes, honestos y crecen con personalidad. Si como adulto cayeras en la mediocridad, la hipocresía, la vanidad o el engolamiento, seguro que terminarías maltratado, ensuciado, encogido, aplastado, con un ratón en el bolsillo o directamente, fulminado... y sin ninguna anestesia, del mismo modo en que le quitaron a él las vegetaciones cuando era pequeño.

Dahl toma claramente partido por los niños. Les tiene un gran respeto y les hace crecer con ingenio, con confianza, fuertes y débiles al mismo tiempo y a veces, si el problema se presenta peliagudo, les dota de superpoderes para jactarse de las incongruencias de los adultos. ¿No deseasteis de pequeños mover objetos con la mirada, volar en el pico de un pelícano, viajar en un ascensor, o hacer crecer a alguien hasta romper el tejado de su casa?
Pero igual que con los adultos, podemos aplicar la misma medicina a sus personajes infantiles cuando se comportan como unos malcriados: si el niño se pone caprichoso, mandón, glotón, cursi, adicto a la televisión, arrogante o consentido, puede acabar succionado por un tubo, hinchado como un globo, teñido de púrpura azulado o directamente, en la basura, como les sucede a los personajes de “Charlie y la fábrica de chocolate”.

Si en una bolsa metiéramos a los personajes de Dahl y removiésemos con la mano, seguro que sacaríamos ambos modelos inteligentes y necios, en versión adulto, infantil o animal. Nos pone en alerta de los personajes peligrosos y falsos de los que hay que desconfiar, y siempre por encima de todo, nos alumbra con la bondad, la valentía, el buen humor y la complicidad con los niños, como el Gran Gigante Bonachón que mientras los demás gigantes iban a sitios lejanos para devorar guisantes humanos ”... yo corro rápidamente a otros lugares para soplar sueños a los cuartos de los niños dormidos. Sueños bonitos. Sueños dorados y preciosos. !Sueños que hagan felices a los pequeños!”.

Roald Dahl es un autor estrella y conecta enseguida con los chicos que aceptan sin problemas ciertas situaciones incongruentes y a veces dudosas para el lector adulto. Nadie ha podido decir mejor que su hija Tessa lo que su padre sentía por los niños:

“Mi padre creía que todos los niños poseen una brasa. Pero alguien debe encender el fuego. Y una vez encendido tiene que atizarse con frecuencia, y es de importancia vital que se mantenga vivo y no se apague nunca. Todos los libros para niños de mi padre llevan un volcán rugiendo en sus entrañas. Arrojan cientos de ideas provocativas y excitantes fogonazos. Están llenos de ternura. Muestran el amor con que se atrevía a tocarnos.” ( Mi padre, Roald Dahl. El País.)

En efecto, sus libros, como él, son divertidos, apasionantes, provocadores, con fuerza y llenos de fantasía. Te hacen reír, gesticular, enternecer, asombrar y reconocer las emociones, los miedos y los deseos de la infancia.

Muchas de sus vivencias de niño inspiraron sus narraciones y muchas crecieron al lado de la cama de sus hijos, cuando por las noches les contaba historias. Y esto se nota especialmente porque cualquiera de sus libros es estupendo para leer en voz alta. En ellos hay una facilidad sorprendente para los cambios de voz, la sucesión de acontecimientos, la expectación y el humor.

Lo hacía todo con brío. Preparaba unos huevos escalfados que servía en trozos de pan frito a los que hacía unos agujeros para que parecieran nidos. No había un momento en el que no estuviera inventando o haciendo la vida divertida.” Liccy Dahl.

Su ingeniosa y divertida manera de ver la vida, le dieron fuerza a sus palabras: juega con ellas como los lenguajes secretos de los niños y así son los mensajes del Sr. Hoppy a la Sra. Silver en el libro “Agu Trot “ (¿has descubierto el nombre del animal si lees el título al revés?) o las palabras divertidas del Gigante Bonachón: supermisterisecretos, cochinibundo, torontontería o frutas zumijugosas.

Dahl te atrapa y embauca desde la primera página, entrando directamente en acción sin largas descripciones. Frases cargadas de adjetivos que hacen diana en los caracteres y las situaciones. Y una tensión e intriga que van en aumento arrastrándote como cómplice de los protagonistas con finales felices en el que el aplauso mental es una ovación. Un adulto en una montaña rusa o un niño en el tren de la bruja. ¿Ves sus caras al final de la atracción? Pues así terminas con sus libros.

Por algo Roald Dahl es el autor contemporáneo más traducido, difundido y leído por los niños. Asunto del que estaría bien contento, especialmente porque siempre hizo una defensa de la lectura y los libros como parte del crecimiento personal, como sugiere en “Matilda” con el cinismo, la ironía y la ambigüedad propios del humor británico:

- “ Papá- dijo-, ¿no podrías comprarme algún libro?
- ¿ Un libro?- preguntó él-, ¿para qué quieres un maldito libro?
- Para leer, papá.
- ¿Qué demonios tiene de malo la televisión? ¡Hemos comprado un precioso televisor de doce pulgadas y ahora vienes pidiendo un libro! Te estás echando a perder, hija...”

Así era y así escribía Dahl: un mundo con otra mirada adulta alejada de lo convencional, de lo “políticamente correcto”. “Cuentos en verso para niños perversos” es el ejemplo de la ruptura de los mitos infantiles con una versión diferente de los cuentos de siempre y una sobredosis de risas incontenibles.

“(...)Dígame usted si no: ¿qué pensaría
si, paseando por el Bosque un día,
topara con un cerdo que trabaja
haciéndose una gran casa... de PAJA?
El Lobo, que esto vio, pensó: ”Ese idiota
debe estar fatal de la pelota...
¡Cerdito, por favor, déjame entrar!”
“! Ay no, que eres el Lobo, eso ni hablar!”.
“! Pues soplaré con más fuerza que el viento
y aplastaré tu casa en un momento!”.
Y por más que rezó la criatura
el Lobo destruyó su arquitectura.
“!Que afortunado soy!”, pensó el bribón.
“! Veo la vida de color jamón!(...)”

Roald Dahl escribió también obras para adultos, guiones de cine como el versionado “Cordero Asado” de Hitchcock, guiones para la serie de “James Bond” o la participación en el fantástico musical “Chitty Chitty Bang Bang”. Muchos de sus libros se han llevado al cine y la televisión.

Las experiencias apasionantes a lo largo de toda su vida empapan sus lecturas. Con 21 años llevaba tres años trabajando en la Shell, empresa petrolífera, cuando le enviaron a Tanzania, África. Allí aprendió suahili, visitó minas de oro y diamantes y conoció un paisaje repleto de animales salvajes, como en una historia de ficción.

A los 23 años estalla la 2ª Guerra Mundial y se alista en la RAF como piloto en Nairobi. Tras un terrible accidente en Libia estuvo hospitalizado en Alejandría durante seis meses. Vuelve a volar y combate contra italianos y alemanes en Grecia. Cuando en 1941 los alemanes se apoderan de Grecia, a Dahl le envían a Palestina y desde allí regresa a casa un año más tarde.

Enseguida se marcha a Washington donde comenzó a publicar sus escritos. Se casa con la actriz ganadora de un Óscar Patricia Neal, con la que tiene cinco hijos.

En 1960 regresa con su familia a Inglaterra y será entonces cuando escriba la mayor parte de sus libros para niños.

Su vida se reparte en su intensa labor creativa como escritor y en la dedicada atención a su familia, ya que primero su mujer y después su hijo se vieron afectados de lesiones neurológicas y la muerte de su hija mayor que con siete años murió de sarampión.

Una vida muy intensa que termina en su granja de Bucking Hamshire, con su segunda esposa Liccy. Roald Dahl murió de leucemia en Oxford el 23 de Noviembre de 1990. Su adorable esposa Liccy mantiene su memoria a través de la The Roald Dahl Foundation que destina sus fondos a la financiación de proyectos de alfabetización, hematología y neurología.

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