No me resulta fácil hablar de mi
infancia y mi adolescencia. Soy muy duro con esa parte de
mi vida y mis recuerdos, por lo que me robaron (la dictadura),
por lo que me hicieron (bulling por ser tartamudo), por
lo que me masacraron (decían que nunca haría
nada debido a mi procedencia humilde y el problema de la
tartamudez) y por lo que quisieron hacerme entre todos:
convertirme en un robot dirigido que aceptara con resignación
(¡horrible palabreja!) su destino vulgar ya marcado
de antemano, esto es, cualquier cosa menos mi vocación
firme e irreductible de convertirme en escritor y vivir
como un escritor, porque una cosa es serlo por hacer libros
y otra es vivirlo como tal, con plenitud, convirtiendo el
mundo en tu casa y teniendo la libertad como única
bandera.
Mi infancia estuvo tintada de blancos,
negros y grises, en todo, desde la ropa que llevaba hasta
el color de la policía que a golpe de porra trataba
de hacerme renunciar a mis derechos. Y mi adolescencia no
fue mejor. Estudiante regular, que aprobaba y punto, fui
hijo único de un padre que hizo la guerra civil y
la perdió, trató por todos los medios que
yo no fuera escritor, simplemente por protección,
porque estaba seguro de que A) No lo conseguiría,
al ser yo un estudiante vulgar, no poder hacer una carrera
y lo de la tartamudez, y B) Aunque lo consiguiera me moriría
de hambre, porque eso, decía, “no daba para
comer”.
Es curioso que a comienzos de verano de
este 2006 se hiciera una encuesta entre cientos de padres
y a la pregunta de qué querrían que fuesen
sus hijos respondieron (por este orden) que Médicos,
Arquitectos o Abogados. En último lugar quedó
Militar y Escritor. Lo primero por miedo a las guerras y
las “misiones humanitarias” en las que se muere
igual, y lo segundo porque, aún hoy, significa “morirse
de hambre”. ¿Y alguien me pregunta todavía
por qué he creado dos Fundaciones a ambos lados del
Atlántico para ayudar a los que, como yo de niño,
creían firmemente en su sueño?A estas alturas
de este texto, alguien se preguntará que tiene que
ver con el tema de las bibliotecas y su importancia.
Y la respuesta es muy clara, al menos para
mí. En mi colegio no había biblioteca. En
mi barrio no había biblioteca. Vivía en un
desierto de cultura. Tenía que vender pan seco y
periódicos (que me daban mis vecinos a diario) y
ganar 50 céntimos que era lo que costaba alquilar
un libro usado. Los buenos valían 5 pesetas de alquiler,
así que yo con dos reales sólo podía
alquilar libros cutres y horteras, como yo. Me encantaría
decir que me pasaba el día en las bibliotecas, que
leía gratis, que mis influencias son Chejov, Dostoievsky,
Stendhal o Steinbeck, pero no. En el colegio sólo
leíamos un libro: El Quijote. Cada año (y
nunca lo terminábamos, claro). Hace años me
preguntaron cuál había sido mi profesor preferido
y me dio hasta vergüenza responder que ninguno. Y esas
cosas marcan. Tampoco había una literatura exclusivamente
etiquetada, como la hay ahora. En mi infancia los libros
juveniles eran los de Julio Verne, Salgari y los clásicos
del estilo “La isla del tesoro” o “Moby
Dick”. Por suerte hoy tenemos a algunos de los mejores
autores del mundo en este terreno. Y no me mueve pasión
o amistad alguna. Los tenemos. El único mal es que
este campo lo dominan los anglosajones y hay que fastidiarse
porque todo se lo quedan ellos.
Pero volvamos a una experiencia, que es
de lo que se trata. Pese a todo lo que acabo de contar,
empecé a escribir con 8 años, a los 12 hice
un libro de 500 páginas y ya nadie pudo conmigo.
Lo digo con el orgullo que da el hecho de haber visto cumplidos
los sueños, todos, hasta el último que ha
sido la Fundació Jordi Sierra i Fabra de Barcelona
y la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra
para Latinoamérica en Medellín, Colombia.
En mi adolescencia pasé de leer novelas cutres a
los cómics de Flash Gordon, Rip Kirby y el Capitán
Trueno. Mis héroes. Luego ya pude alquilar libros
mejores (siempre alquiler, ninguna biblioteca). Mi novela
más impactante fue “El filo de la navaja”,
de William S. Maugham. Fue el espejo en el que quise reflejarme
porque yo quise ser como el prota. Después me marcó
el de “El manantial”, un tipo capaz de destruir
su obra para ser fiel a sí mismo. Demasiado. Yo fui
una isla. Y también una roca, impermeable a todo
lo que no fueran mis convicciones. Lloré, me tragué
muchas veces mi orgullo, resistí. Hasta los 22 años
trabajé de día y estudié de noche.
A esa edad, y después de dos años haciendo
pinitos en la prensa musical, di el salto y me emancipé.
Ya nadie pudo detenerme. Por eso digo que yo empecé
a vivir, por ser libre, a partir de los 22 años.
Hoy en día
el verdadero acto de rebeldía consiste en leer, en
desafiar a los ignorantes que dan la espalda al universo
que se esconde detrás de una buena novela.
Antes no existí.
Sin embargo, aun en este erial vacío,
sin bibliotecas, yo devoraba un libro de los que alquilaba
al día, como mucho me duraban dos días. Leía
sin parar, y leer me salvó la vida. Fue la clave.
No recuerdo lo que he estudiado. Lo que he leído
sí, todo. La mayoría de males que acechan
al mundo hoy son debidos a la falta de cultura, a que en
muchos países sus gobernantes saben que es mejor
mandar dictatorialmente a un enjambre de burros, porque
a un pueblo culto no se le puede manipular ni mentir. La
mayoría de personas cultas no destrozan la naturaleza,
no arrojan mierda a los mares, no pegan a sus mujeres ni
se dejan pegar por sus maridos, no tiran colillas que incendian
bosques. La cultura es la base de todo, aunque lamentablemente
en España los jóvenes sigan asociando libros
y cultura con escuela, con aburrimiento, con el hecho de
que leer es un peñazo reservado para raros y raras.
Con tanto como hay que hacer, o tanto por leer, es decir,
tanto por SENTIR...
Por todo eso y más, soy el mayor
defensor de las bibliotecas que existe. Hoy en día
el verdadero acto de rebeldía consiste en leer, en
desafiar a los ignorantes que dan la espalda al universo
que se esconde detrás de una buena novela. Sólo
con ideas propias, carácter y personalidad seremos
diferentes y especiales. La biblioteca, y lo digo con pasión,
es la mejor y más grande discoteca lúdica
de este tiempo, y gratis. Eso sí “coloca”.
Y de verdad. No hay mejor “chute” que el que
nos provoca una buena historia. Beber, fumar mierdas o desafiar
los límites del cuerpo no nos va a cambiar la vida
salvo para mal (mentes paranoicas, hígados destrozados,
personalidades esquizoides), mientras que leer nos hará
llegar a la Luna de nuestros sueños. Y lo dice alguien
que ha hecho miles de esos “viajes”. Leer es
un grito, queridos borregos.
Un grito para recordar
que estáis vivos.
Hoy en día hay bibliotecas en casi
todas partes, cerca. Es una maravilla. Se me pedía
con este texto que hablara de mi experiencia lectora y como
ayudan las bibliotecas. Espero que se me haya entendido
todo. Mejor no puedo ni sé decirlo. Uno de mis mayores
orgullos hoy es ser en muchas bibliotecas de España
el autor infantil y juvenil más solicitado y leído.
Por Dios, ¿se puede pedir un goce mayor?Bueno, supongo
que sí: seguir escribiendo, hasta que reviente.